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2 Macabeos 1

Cartas a los judíos

Primera carta

1 «Nosotros, los judíos que vivimos en Jerusalén y en la región de Judea, enviamos un saludo a todos nuestros compatriotas que viven en Egipto, y les deseamos paz y bienestar.

2 Dios hizo una alianza con nuestros antepasados Abraham, Isaac y Jacob, y ellos le sirvieron con fidelidad. Por eso ahora le pedimos que se acuerde de esa alianza, y les dé a ustedes todo lo que necesitan.

3 También le pedimos que ponga en ustedes el deseo de adorarlo y obedecerlo con gozo y sinceridad.

4 Que les dé paz, y también inteligencia para comprender y obedecer su ley.

5-6 Le pedimos que escuche las oraciones de ustedes, que les perdone los pecados y que no los abandone en los momentos difíciles.

7 »En el año ciento sesenta y nueve del gobierno de los griegos, cuando Demetrio era rey de la región de Siria, nosotros les enviamos a ustedes una carta. En esa época estábamos pasando por uno de los momentos más difíciles de todos aquellos años de persecución. Todo comenzó cuando Jasón y sus seguidores traicionaron al pueblo elegido por Dios, y también a sus gobernantes,

8 pues incendiaron las puertas del patio del templo y mataron a mucha gente inocente.

»Por eso nosotros fuimos al templo, y le pedimos ayuda a Dios. Le presentamos ofrendas, pusimos panes consagrados sobre la mesa y encendimos las lámparas. Y Dios nos escuchó.

9 »Ahora, en el año ciento ochenta y ocho del gobierno de los griegos, les enviamos a ustedes esta carta, para animarlos a que celebren en el mes de Quislev la fiesta de lasenramadas».

Segunda carta

10 «Nosotros, los judíos de Jerusalén y de Judea, junto con Judas Macabeo y los jefes del pueblo, saludamos a Aristóbulo, que es maestro del rey Tolomeo y miembro de la familia de los sacerdotes consagrados. Este saludo y deseo de bienestar va también para los judíos que viven en Egipto.

11 »Le damos muchas gracias a Dios, porque nos ha salvado de grandes peligros y nos ha defendido del poder del rey Antíoco Cuarto.

12-13 Cuando el rey Antíoco fue a Persia con un ejército que parecía invencible, los sacerdotes de la diosa Nanea lo engañaron, y a él y a sus amigos los metieron en el templo de la diosa, donde los mataron a todos. Fue así como Dios derrotó a los que pelearon contra Jerusalén, la ciudad santa.

14-15 »Esto fue lo que sucedió: El rey Antíoco decía que quería casarse con la diosa Nanea, pero su intención era robarse los tesoros del templo. Cuando fue al templo, acompañado de unos cuantos amigos, los sacerdotes aprovecharon el momento. Le mostraron las riquezas, pero enseguida cerraron las puertas del templo,

16 abrieron una ventana que había en el techo, y desde allí mataron a pedradas al rey y a sus amigos. Luego los cortaron en pedazos, y arrojaron sus cabezas a los pies de la gente que estaba afuera.

17 »¡Bendito sea nuestro Dios que acabó con esos que no creían en él!

18 »Queremos decirles también, que el veinticinco del mes de Quislev vamos a celebrar lapurificacióndel templo. Por eso les escribimos para animarlos a que celebren la fiesta de lasenramadas, como un recuerdo del fuego que apareció en la época de Nehemías. Es el fuego que apareció cuando Nehemías ofreció sacrificios a Dios, después de haber reconstruido el templo y el altar.

19 »Recuerden lo que hicieron los sacerdotes de Dios, cuando nuestros antepasados fueron llevados presos a lo que hoy es Persia: ellos tomaron fuego del altar y lo escondieron en un pozo sin agua. ¡Nunca nadie descubrió ese lugar!

20 Muchos años después, cuando Dios así lo quiso, el rey de Persia envió a Nehemías a Judea. Entonces Nehemías les ordenó a los sacerdotes que habían escondido el fuego, que fueran a buscarlo. Pero los sacerdotes regresaron sin el fuego, y le dijeron a Nehemías que en el pozo solo había un líquido espeso. Así que Nehemías les mandó que lo sacaran y se lo llevaran.

21 »Cuando todo estaba listo para ofrecer el sacrificio sobre el altar, Nehemías pidió a los sacerdotes que rociaran con ese líquido la leña y el animal que estaba encima.

22 Los sacerdotes cumplieron las órdenes de Nehemías. Era un día nublado. Pero después de un buen rato el sol brilló, y entonces se encendió un fuego tan grande que todos quedaron sorprendidos.

23 »Mientras se quemaba la ofrenda, los sacerdotes y todos los que estaban allí se pusieron a orar. Jonatán Macabeo comenzaba la oración, y los demás, dirigidos por Nehemías, respondían.

24 La oración que hicieron ese día fue esta:

“Dios nuestro, tú creaste todo lo que existe. Tú inspiras respeto, eres fuerte, y actúas con justicia y compasión. Tú eres nuestro único rey, y eres bueno con nosotros.

25 Eres muy justo y bondadoso, tienes todo el poder y vives para siempre. Tú elegiste a nuestros antepasados para que fueran tu pueblo elegido; por eso has salvado a Israel de todo mal.

26 ”Recibe esta ofrenda, y trata bien a Israel, tu pueblo; protégelo y haz que viva solo para ti.

27 Y para que las naciones reconozcan que tú eres nuestro Dios, te pedimos que reúnas a nuestros compatriotas que están en otras tierras. Libera a los que son esclavos de la gente que no cree en ti. Trata bien a los que sufren el odio y el desprecio de esa gente.

28 Castiga a los que nos maltratan, nos insultan y nos desprecian.

29 Permite que tu pueblo viva siempre en la tierra que te pertenece, como años atrás lo habías prometido por medio de Moisés”.

30 »Los sacerdotes, por su parte, entonaban himnos.

31 Y cuando se terminó de quemar la ofrenda, Nehemías ordenó que derramaran el líquido sobrante sobre unas grandes piedras.

32 Entonces se encendió una llama inmensa, pero pronto fue absorbida por la luz que brotaba del altar.

33 »Todo el mundo, incluso el rey de Persia, se enteró de que había aparecido un líquido en el pozo donde los sacerdotes habían escondido el fuego. También se enteró de que Nehemías y sus compañeros habían usado ese líquido para quemar los animales que presentaron como ofrenda a Dios.

34 Por eso, cuando se confirmó la noticia, el rey mandó construir un muro y declaró que ese lugar quedaba consagrado a Dios.

35 Y a los encargados de cuidar aquel lugar les daba muchos regalos de las ofrendas que recibía.

36 »Los amigos de Nehemías llamaron ese líquido “neftar”, que quiere decir “purificación”, pero la gente lo llamaba “nafta”.»

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Jeremías y los objetos sagrados

1 La carta continuaba diciendo:

«En uno de los documentos que se encuentran entre los antiguos archivos, el profeta Jeremías les pedía a los judíos que fueron llevados presos a lo que hoy es Persia, que se hicieran cargo del fuego, tal como ya se ha dicho.

2 Les entregó la ley de Moisés y les encargó que siempre pusieran en práctica los mandamientos de Dios. Los animó a no dejarse engañar por los ídolos de las otras naciones, por más que estuvieran hechos de oro y plata, y cubiertos con muchos adornos preciosos.

3 Además, les dio otros consejos y recomendaciones, para animarlos a obedecer siempre la ley de Moisés.

4 »En ese documento también se narra que el profeta Jeremías, obedeciendo una orden de Dios, tomó la carpa comunitaria y elcofre del pacto, y se dirigió al cerro desde el cual Moisés vio la tierra prometida.

5 En una cueva de ese cerro, Jeremías escondió la carpa comunitaria, el cofre del pacto y el altar donde se quemaba el incienso. Después, tapó la entrada con piedras.

6 Se dice que algunos de los que acompañaban a Jeremías regresaron para poner marcas en el camino hacia la cueva, pero ya no la pudieron encontrar.

7 Cuando Jeremías se enteró de lo que hicieron, les llamó la atención y les dijo: “Nadie debe saber dónde está ese lugar, hasta que Dios nos perdone y nos reúna otra vez.

8 Entonces, Dios mostrará dónde están esos objetos. Cuando eso ocurra, Dios manifestará su gloria por medio de la nube, tal como lo hizo en los días de Moisés y en los días en que Salomónconsagróel templo a Dios”.

9 »Ese documento también cuenta cómo Salomón, guiado por su sabiduría, le presentó a Dios ofrendas para dedicarle el templo.

10 Salomón oró, y en ese momento bajó fuego del cielo, y quemó por completo los animales presentados a Dios como ofrenda. Lo mismo había sucedido cuando Moisés presentó ofrendas a Dios.

11 De ese modo se cumplió lo que Moisés había dicho: “El animal que se ofrece para pedir perdón por el pecado no se comerá, sino que será quemado completamente”.

12 Además, Salomón celebró una fiesta durante ocho días.

La biblioteca de Nehemías

13 »Todo esto se narra en los escritos y memorias de Nehemías. También allí se dice que Nehemías reunió los libros de las historias de los reyes, los libros de los profetas, los del rey David, y todas las cartas que escribieron los reyes acerca de las ofrendas.

14 »Judas Macabeo también había reunido varios libros. Esos libros habían quedado dispersos por varios lugares debido a las guerras que hemos tenido. Ahora todos esos libros están en nuestro poder,

15 y si ustedes quieren leerlos, manden a alguien por ellos.

16 »Como nosotros estamos a punto de celebrar el día de lapurificacióndel templo, los animamos para que también ustedes lo celebren.

17 Dios nos ha liberado de grandes males, y nos ha devuelto nuestra tierra, el reino y el sacerdocio, y de nuevo nos ha hecho su pueblo.

18 Esto es lo que él nos había prometido en su ley. Por eso, aunque estemos esparcidos por todo el mundo, tenemos la esperanza de que ahora Dios tendrá misericordia de nosotros, y muy pronto nos hará volver a la tierra que él mismo nos dio. Esto será posible, porque él ya nos ha sacado de muchos peligros y ha purificado el templo».

El autor cuenta cómo escribió su libro

19 La historia de Judas Macabeo y sus hermanos fue escrita por Jasón de Cirene. Él escribió también acerca de lapurificacióndel gran templo, la dedicación del altar,

20 las guerras contra el rey Antíoco Epífanes y su hijo Eupátor.

21 También escribió acerca de las intervenciones poderosas de Dios en favor de aquellos hombres que lucharon con valentía para defender la religión de los judíos. Esas manifestaciones de Dios hicieron posible que unos pocos hombres derrotaran a los enemigos y se quedaran con sus riquezas.

22 Dios fue muy bueno con ellos y los ayudó para que recuperaran el templo, que es famoso en todo el mundo. Además, les permitió que liberaran la ciudad de Jerusalén y que mantuvieran sus leyes, pues la gente que no creía en Dios estaba a punto de hacerlas desaparecer.

23 Toda esta historia que Jasón de Cirene escribió en cinco libros, nosotros intentaremos resumirla en uno solo.

24 Es muy difícil escribir una historia, porque son muchos los hechos que se cuentan y los números que se manejan.

25 Sin embargo, hemos hecho todo lo posible por escribir una historia que sea entretenida para quienes la lean, y que, además, sea fácil de memorizar y útil para todos los lectores.

26 Ha sido muy difícil hacer este resumen. Esa labor nos agotó mucho y no pudimos dormir bien durante muchas noches.

27 Fue algo así como preparar una comida que le guste a todo el mundo. Pero lo hemos hecho con mucho gusto, pues nuestro deseo es servir a todos.

28 Como esta obra es un resumen, habrá sin duda alguien que se ocupe de contar todos los hechos con lujo de detalles.

29 Nuestro trabajo ha sido semejante al del albañil que construye una casa nueva. Su interés es construir la casa; ya otros se encargarán de pintarla y de ponerle adornos.

30 Al escribir la historia original, Jasón trató los temas a fondo, y los contó con muchos detalles.

31 Aquí, en cambio, hemos hecho un breve resumen.

32 Pero ya es hora de terminar esta explicación, no sea que resulte más larga que la historia misma. Por eso, sin más comentarios, vamos a contarla.

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Bienestar de Jerusalén

1 Hubo un tiempo en que Jerusalén, la ciudad de Dios, disfrutaba de completa paz, y la gente obedecía las leyes de Dios. Esto fue posible gracias a que Onías, el jefe de los sacerdotes, era un hombre que amaba a Dios y odiaba el mal.

2 Hasta los reyes se preocupaban por el templo y lo enriquecían con grandes regalos.

3 El mismo Seleuco, rey de Asia, se hacía cargo de todos los gastos necesarios para el culto en el templo.

Problemas entre Simón y Onías

4 En ese tiempo Simón, de la tribu de Benjamín, era el sacerdote encargado del templo. Simón se enojó con Onías, jefe de los sacerdotes, porque no estaba de acuerdo con la manera en que este manejaba los negocios relacionados con el mercado de la ciudad.

5 Como Simón no logró lo que quería, fue a hablar con Apolonio de Tarso, que era el jefe de los ejércitos de las regiones de Celesiria y Fenicia.

6 Simón le contó a Apolonio que en el tesoro del templo de Jerusalén había tanto dinero que no se podía contar, y que sus riquezas eran enormes. Además, le dijo que el rey debería quedarse con todo ese dinero, pues era mucho más de lo que se necesitaba para los gastos del culto.

Heliodoro y los tesoros del templo

7 Apolonio fue y le contó al rey todo lo relacionado con las riquezas del templo. Entonces, el rey le pidió a Heliodoro, que estaba a cargo de sus negocios, que fuera a Jerusalén y le trajera esas riquezas.

8 Heliodoro salió inmediatamente, haciéndoles creer a todos que iba a visitar las ciudades en Celesiria y Fenicia, aunque en realidad iba a Jerusalén a cumplir las órdenes del rey.

9 Cuando Heliodoro llegó a Jerusalén, Onías, el jefe de los sacerdotes de la ciudad, lo recibió como a un amigo. Heliodoro le contó a Onías que venía a ver si era cierto lo que había dicho el sacerdote Simón acerca de los tesoros del templo.

10 El jefe de los sacerdotes le explicó que el dinero guardado en el templo era de los huérfanos y de las viudas.

11 También le dijo que todo ese dinero llegaba a trece mil doscientos kilos de plata y seis mil seiscientos kilos de oro, aunque una parte de esa riqueza pertenecía a Hircano, el hijo de Tobías, quien tenía un cargo muy importante. Así le hizo ver que todo cuanto había dicho el malvado Simón era una mentira,

12 y que sería muy injusto quitarles el dinero a las personas que lo habían dejado allí. Esas personas confiaban en que el templo era un lugar sagrado y respetado por todo el mundo.

13 A pesar de todo, Heliodoro tenía que cumplir con sus órdenes. Por eso, insistió en que debía llevarle al rey todo ese dinero.

La angustia de Onías y el pueblo

14 Cuando llegó el día en que Heliodoro iba a entrar en el templo para contar el dinero, toda la gente de la ciudad se llenó de angustia.

15 Los sacerdotes, con sus ropas sacerdotales, oraban a Dios de rodillas delante del altar. En sus oraciones le recordaban a Dios que él mismo había dado las leyes acerca del dinero depositado en el templo. Por eso, le pedían que protegiera el dinero de la gente que lo había guardado allí.

16-17 Daba tristeza ver al jefe de los sacerdotes, pues temblaba de miedo, y su rostro estaba muy pálido. Todos los que lo veían podían darse cuenta de su inmenso dolor.

18 La gente de Jerusalén salía de sus casas y oraba por las calles en favor del templo, que estaba en peligro de no ser respetado.

19 Las mujeres, para mostrar su dolor, se pusieron ropas sencillas y ásperas, y así andaban por las calles. Las muchachas, que debían permanecer encerradas en sus casas, corrían espantadas hacia los portones de la ciudad o subían a las murallas, mientras que otras miraban por las ventanas.

20 Pero todas, con las manos levantadas al cielo, oraban a Dios.

21 Daba mucha pena ver a toda aquella gente confundida y tendida por el suelo. De igual manera, conmovía ver al jefe de los sacerdotes lleno de dolor.

Dios salva a su pueblo

22 Mientras todo el pueblo le rogaba al Dios todopoderoso que protegiera el dinero del templo,

23 Heliodoro se preparó para llevar a cabo su plan.

24-25 Entró en el templo con sus acompañantes, y todos ellos se colocaron junto a los tesoros. Pero en ese momento Dios, que es el Dios de todos los espíritus y de todo poder, se manifestó de una manera asombrosa: Un jinete terrible, vestido con una armadura de oro, y montado sobre un caballo lleno de adornos preciosos, se apareció en el lugar. Al verlo, todos los que se atrevieron a entrar al templo quedaron paralizados de miedo, y perdieron las fuerzas. El caballo se lanzó contra Heliodoro y lo atacó con sus patas delanteras.

26 Luego aparecieron dos jóvenes muy fuertes, hermosos y bien vestidos, que se pusieron junto a Heliodoro, uno a cada lado, y le dieron una tremenda paliza.

27 Heliodoro cayó de inmediato al suelo, y no podía ver nada. Los que lo acompañaban tuvieron que levantarlo y ponerlo en una camilla.

28 Así Heliodoro, que había llegado hasta el tesoro lleno de orgullo y acompañado con muchos soldados, tuvo que irse con las manos vacías, y sin fuerzas para caminar solo. ¡Todos reconocieron el poder de Dios!

29 Al ver el poder de Dios, Heliodoro se quedó mudo y al borde de la muerte.

30 Los judíos alabaron a Dios porque se había manifestado de manera tan poderosa en el templo. Fue así como Dios hizo que la tristeza y el miedo se cambiaran en gozo y alegría.

Heliodoro reconoce el gran poder de Dios

31 Algunos de los compañeros de Heliodoro fueron enseguida a donde estaba el sacerdote Onías, y le suplicaron que le pidiera al Dios altísimo que sanara a Heliodoro, pues se estaba muriendo.

32 Onías tenía miedo de que el rey fuera a pensar que los judíos eran los culpables de lo que le había pasado a Heliodoro. Por eso presentó una ofrenda a Dios, para pedirle por la salud de Heliodoro.

33 Y mientras Onías presentaba la ofrenda por el perdón de los pecados, se aparecieron nuevamente los jóvenes que habían golpeado a Heliodoro, y le dijeron a este: «Debes estar muy agradecido con Onías, el jefe de los sacerdotes, pues debido a su oración Dios te permite seguir viviendo.

34 Ahora tú, que has recibido el castigo del Dios del cielo, cuéntales a todos del gran poder de Dios». Y apenas terminaron de decirle esto, los jóvenes desaparecieron.

35 Entonces Heliodoro le presentó a Dios una ofrenda y le hizo muchas promesas, porque lo había sanado. Después se despidió de Onías y regresó con su ejército a donde estaba el rey.

36 Y a partir de aquel momento, daba testimonio ante la gente de las grandes y poderosas obras del Dios altísimo, que él había visto con sus propios ojos.

37 Cuando el rey le preguntó a Heliodoro quién otro podía ser enviado de nuevo a Jerusalén, Heliodoro le contestó:

38 «Su Majestad debe mandar a alguien que esté en contra de usted, porque si acaso regresa vivo, vendrá muy mal herido. Le aseguro que ese lugar está rodeado por el gran poder de Dios.

39 El Dios del cielo protege ese templo, y matará a golpes a todo el que intente hacerle daño».

40 Esto fue lo que le pasó a Heliodoro, y así el tesoro del templo se salvó.

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Simón y Onías son enemigos

1 Simón, el que había mentido acerca del tesoro del templo y había traicionado a su patria, comenzó a hablar mal de Onías, acusándolo de lo que le había pasado a Heliodoro.

2 Hasta se atrevió a decir que Onías era enemigo de la nación. Pero todo eso era mentira, pues Onías no hacía otra cosa que servir a la ciudad, defender a sus compatriotas y obedecer fielmente las leyes.

3 Tanto creció el odio entre ellos, que hasta uno de los seguidores de Simón cometió varios crímenes.

4 Onías vio que este odio le podría traer muchos problemas. Para colmo de males, Apolonio hijo de Menesteo, que era general de los ejércitos de Celesiria y Fenicia, apoyaba a Simón en su maldad.

5 Por eso Onías decidió presentarse ante el rey, no para acusar a sus compatriotas, sino para buscar el bien de toda la nación.

6 Él estaba seguro de que solo con la ayuda del rey se podría conseguir la paz y poner fin a la maldad de Simón.

Jasón le quita el puesto a Onías

7 Cuando murió el rey Seleuco, subió al poder Antíoco, conocido con el sobrenombre de Epífanes. Como Jasón, el hermano de Onías, quería ser jefe de los sacerdotes, decidió ofrecerle dinero al rey Antíoco para que le diera el puesto.

8 Entonces fue a hablar con el rey, y le prometió once mil ochocientos ochenta kilos de plata como primer pago, y luego dos mil seiscientos cuarenta kilos más.

9 También se comprometió a entregarle cinco mil kilos de plata, si le daba permiso de poner un gimnasio para practicar los deportes griegos y enseñar la cultura griega. Además, Jasón le pidió al rey que les diera a los habitantes de Jerusalén los mismos derechos que tenían los ciudadanos de Antioquía.

10 En cuanto el rey aceptó, Jasón se valió de su autoridad para invitar a la gente de su pueblo a que practicara las costumbres de los griegos.

11-12 Construyó un gimnasio al pie de la ciudad fortificada, y obligó a los jóvenes de las familias ricas a que se vistieran como los atletas griegos. También renunció a todos los regalos que los reyes les habían dado a los judíos, y que había conseguido Juan, el padre de Eupólemo. Este Eupólemo es el mismo que fue enviado a Roma para firmar un tratado de amistad y ayuda mutua con los romanos. Además, Jasón anuló las leyes de los judíos y estableció otras que iban en contra de ellas.

13 Más que jefe de sacerdotes, Jasón se portaba como un enemigo de Dios. Hizo todo lo posible para que los judíos vivieran como los griegos y aceptaran sus modas.

14 Hasta los mismos sacerdotes llegaron a sentir que su servicio en el altar era algo sin importancia. Ya no les importaba el templo ni los sacrificios. Les importaba más el lanzamiento del disco y otras competencias deportivas, aunque estas estaban prohibidas por la ley de Dios.

15 Incluso llegaron a despreciar las tradiciones y valores de la patria, pues pensaban que los griegos eran superiores.

16 Pero ese comportamiento solo les trajo graves problemas, porque después esos griegos, a quienes imitaban en todo, se convirtieron en sus más crueles enemigos.

17 Nadie puede, en efecto, violar las leyes de Dios y quedar sin castigo. Esto lo comprueba la siguiente historia.

Jasón envía ofrendas para los dioses griegos

18 Cada cuatro años se celebraban en Tiro los juegos deportivos en presencia del rey Antíoco.

19 Entonces Jasón, que había adoptado las costumbres de los países que no creen en Dios, envió a algunos judíos que tenían la ventaja de ser ciudadanos de Antioquía para que observaran los juegos. Los envió como representantes de Jerusalén, y les dio trescientas monedas de plata para que se las presentaran como ofrenda al dios Hércules. Sin embargo, estos pensaron que no estaba bien hacer semejante cosa,

20 y en vez de ofrendar ese dinero al dios Hércules, lo usaron para construir barcos de guerra.

Antíoco Epífanes va a Jerusalén

21 Por ese tiempo, Filométor fue proclamado rey de Egipto. Como el rey Antíoco no pudo asistir a la ceremonia de coronación, envió como representante suyo a Apolonio hijo de Menesteo. Allí Apolonio vio que Filométor no estaba de acuerdo con la manera de gobernar de Antíoco. Entonces informó de esto a su rey, quien preocupado por su seguridad se fue a la ciudad de Jope y luego a Jerusalén.

22 Jasón y los que vivían en la ciudad salieron a recibirlo con antorchas encendidas y lanzando gritos de alegría. Después, Antíoco se fue con su ejército a acampar en la región de Fenicia.

Menelao soborna al rey

23 Cuando Jasón llevaba tres años en su cargo de jefe de los sacerdotes, envió a Menelao a que le llevara dinero al rey y hablara con él acerca de otros asuntos importantes. Menelao era hermano de aquel Simón del que ya se ha hablado.

24 Menelao se presentó ante el rey como una persona muy distinguida, y pidió al rey que lo nombrara jefe de los sacerdotes en lugar de Jasón. Para conseguir ese puesto, le ofreció más dinero que Jasón, pues le dio nueve mil novecientos kilos de plata de más.

25 Apenas el rey lo nombró como jefe de los sacerdotes, Menelao regresó a Jerusalén. Pero él era muy malo y no tenía ninguna cualidad para ser jefe de los sacerdotes. Era tan malvado que parecía un animal salvaje.

26 ¡Qué vueltas da la vida! Menelao hizo con Jasón lo mismo que este había hecho con su hermano Onías. Por eso, Jasón tuvo que huir al país de los amonitas.

27 Después de asumir el cargo de jefe de los sacerdotes, Menelao no se preocupó por pagarle al rey el dinero que le había prometido.

28 Por eso, Sóstrates, el jefe de la ciudad fortificada y encargado de cobrar los impuestos, le reclamó el pago. Entonces el rey mandó a llamar a los dos,

29 y para poder asistir a la reunión, Menelao dejó a su hermano Lisímaco como jefe de los sacerdotes. Sóstrates, por su parte, dejó en su lugar a Crates, que era el jefe del ejército de Chipre.

Muerte de Onías

30 Entre tanto, los habitantes de Tarso y de Malos se rebelaron porque sus ciudades fueron regaladas a Antióquida, una de las mujeres del rey Antíoco.

31 Por eso, el rey fue rápidamente a esas ciudades para detener la rebelión, y dejó allí como encargado a Andrónico, que era uno de los hombres más importantes en el reino.

32 Aprovechando esa situación, Menelao robó algunos objetos de oro del templo. Unos se los regaló a Andrónico y otros los vendió en Tiro y en las ciudades cercanas.

33 Al enterarse de esto, Onías fue a refugiarse en un santuario junto a Dafne, cerca de Antioquía, y desde allí le hizo duras críticas a Menelao.

34 Por eso, Menelao empezó a presionar a Andrónico para que matara a Onías. Entonces Andrónico fue a visitar a Onías, y al llegar, le dio la mano para saludarlo y le juró que no le haría daño. Y aunque Onías tenía sus dudas, se dejó convencer y salió del santuario. Pero Andrónico lo mató de inmediato, sin importarle su juramento.

35 La muerte injusta y violenta de Onías causó mucho dolor y enojo, no solo entre los judíos sino también entre la gente de otros países.

36 Cuando el rey Antíoco regresó a la ciudad de Antioquía, los judíos y los griegos que vivían allí fueron a hablar con él, para protestar por el asesinato de Onías.

37 Antíoco se llenó de tristeza, y lloró con dolor al recordar la prudencia y sabiduría de Onías.

38 Entonces, lleno de rabia, le quitó a Andrónico su manto real y le rompió sus vestidos. Luego ordenó que lo llevaran por toda la ciudad hasta el lugar donde había asesinado sin piedad a Onías, y allí mismo ordenó que lo mataran. Fue así como Dios le dio a Andrónico el castigo que se merecía.

Menelao, un malvado sin castigo

39 Lisímaco se robó muchos objetos del templo de Jerusalén, con el permiso de Menelao. Cuando la gente se enteró, ya eran muchos los objetos de oro que Lisímaco se había robado. Por eso el pueblo se enojó y se rebeló contra Lisímaco.

40 Ante la furia de la gente, y el peligro de una guerra, Lisímaco armó a tres mil hombres para atacar a los que se habían rebelado. Al mando de esos hombres puso a un anciano llamado Auranos, que era tan viejo como loco.

41 La gente, al verse atacada por los soldados de Lisímaco, respondió al ataque. Unos agarraron piedras, otros tomaron garrotes, y otros lanzaron ceniza contra los soldados de Lisímaco.

42 Así lograron herir a muchos y matar a otros, y a los demás los hicieron huir. A Lisímaco, que le había faltado el respeto al templo, lo mataron a un lado del tesoro del templo.

43 Por causa de estos problemas, Menelao fue sometido a juicio.

44 Cuando el rey Antíoco se encontraba en Tiro, tres representantes de las autoridades judías fueron a acusar a Menelao ante el rey.

45 Al verse perdido, Menelao le ofreció mucho dinero a Tolomeo hijo de Dorimeno, para que pusiera al rey de su lado.

46 Entonces Tolomeo llevó aparte al rey, a un lugar abierto, con el pretexto de tomar aire fresco, y allí lo hizo cambiar de opinión.

47-48 Así el rey dejó libre a Menelao, que había hecho tanta maldad, y mandó a matar a los tres hombres que lo acusaron. Estos hombres siempre habían defendido a la ciudad, a la gente que allí vivía y a sus objetos sagrados. ¡Hasta un tribunal formado por hombres malvados e ignorantes los habría declarado inocentes! Sin embargo, fueron condenados injustamente.

49 Algunos habitantes de Tiro, enojados por esa maldad, pagaron todos los gastos del entierro de los tres hombres.

50 Menelao se mantuvo en el poder gracias al dinero que repartía entre los gobernantes mentirosos. Cada día se volvía más malvado, y hasta llegó a convertirse en el peor enemigo de sus compatriotas.

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Lucha entre Menelao y Jasón

1 En ese tiempo, el rey Antíoco estaba preparándose para atacar a Egipto por segunda vez.

2 Durante unos cuarenta días, se vieron por toda la ciudad soldados que corrían a caballo, a toda velocidad. Tenían armaduras de oro, llevaban sus espadas en la mano, y estaban bien organizados en grupos

3 y listos para la batalla. Por todas partes se veía el movimiento de muchos escudos, espadas, lanzas, tiros de flechas, el resplandor de armaduras doradas y corazas de todo tipo.

4 Al ver tanto despliegue de fuerza, la gente le pedía a Dios que todo aquel espectáculo fuera para bien de todos.

5 Entonces empezó a correr el rumor de que había muerto Antíoco. Por eso Jasón eligió a unos mil soldados, atacó por sorpresa la ciudad, y derrotó a los que defendían las murallas. Así logró apoderarse de la ciudad, y Menelao tuvo que refugiarse en la ciudad amurallada.

6 Luego Jasón empezó a matar sin piedad a sus propios compatriotas, pues no los consideraba hermanos sino enemigos. ¡No entendía que aquella matanza le iba a traer muchas desgracias!

7 A pesar de todo lo que hizo, Jasón no logró conseguir el poder. Lo único que consiguió fue quedar avergonzado, hasta el punto de tener que huir hacia el país de Amón.

8 Su vida terminó muy mal, pues primero fue tomado preso por Aretas, jefe de los árabes, y luego tuvo que escapar de ciudad en ciudad. Fue perseguido y odiado, por haber rechazado las leyes de su pueblo y por haber traicionado a su país y matado a sus compatriotas. De este modo fue a parar a Egipto.

9 De allí se fue a Lacedemonia. Confiaba en que los de ese lugar lo ayudarían, por ser parientes de los judíos, pero ellos no lo apoyaron. Y así, para su propia vergüenza, el que había echado de su propio país a muchos fue a morir en un país extraño;

10 el que había dejado a muchos muertos sin recibir sepultura murió sin que nadie lo llorara. No le hicieron ninguna ceremonia para enterrarlo, ni lo sepultaron en la tumba de sus antepasados.

Antíoco invade Jerusalén

11 Cuando el rey Antíoco se enteró de todo esto, pensó que Judea quería rebelarse. Entonces, lleno de rabia, salió de Egipto con su ejército y se dirigió a Jerusalén.

12 Les ordenó a sus soldados que mataran sin compasión a todos los que se encontraran, y que les cortaran la cabeza a todos los que intentaran esconderse en las casas.

13 Nadie escapó de aquella matanza, ni jóvenes, ni ancianos, ni mujeres, ni niños, y ni siquiera los recién nacidos.

14 En tan solo tres días fueron asesinadas unas ochenta mil personas, y otras tantas fueron vendidas como esclavas.

15 Como si eso fuera poco, Antíoco se atrevió a entrar al templo de Jerusalén, el más importante de toda la tierra. Su guía fue Menelao, aquel que no había obedecido las leyes ni respetado a su patria.

16 Con sus manos sucias el rey tomó los utensilios sagrados, y se llevó las ofrendas que otros reyes habían dejado allí para aumentar la grandeza, la importancia y el honor del templo.

17 Era tanto el orgullo de Antíoco que no reconoció que Dios se había enojado por un corto tiempo con los habitantes de Jerusalén, debido al pecado de la gente de esa ciudad.

18 Si los judíos no hubieran pecado, Dios habría castigado a Antíoco de inmediato, y este no se habría atrevido a tocar el templo. Es decir, le habría pasado lo mismo que a Heliodoro, cuando el rey Seleuco lo envió a robar el tesoro del templo.

19 Pero Dios no eligió a Israel por amor al templo, sino que eligió el templo por amor a Israel.

20 Por eso, el templo sufrió las penas que sufrió el pueblo, y también participó de los beneficios que Dios le dio. Cuando Dios, que es todopoderoso, se enojó con su pueblo Israel, el templo quedó abandonado; pero cuando el mismo Dios hizo las paces con su pueblo, el templo fue reconstruido y recobró su esplendor.

Abusos de los oficiales del rey

21 Antíoco se llevó del templo cerca de sesenta mil kilos de plata, y rápidamente se fue a Antioquía. Era tan orgulloso y vanidoso que se creía capaz de caminar por el mar y de hacer que los barcos navegaran en tierra.

22 Antes de irse de Judea, Antíoco dejó a varios oficiales para que siguieran maltratando a los judíos. En Jerusalén dejó a Filipo, oficial que venía de la región de Frigia y era más malo que su propio jefe.

23 En el monte Guerizim dejó a Andrónico. Y por si fuera poco, también dejó a Menelao, que era peor que aquellos dos, pues odiaba aún más a los de su propio país.

24 Luego Antíoco envió al general Apolonio con un ejército de veintidós mil soldados, y les dio la orden de matar a todos los hombres mayores de edad, y de vender como esclavos a las mujeres y a los niños.

25 Cuando Apolonio llegó a Jerusalén, hizo creer a la gente que iba con buenas intenciones; pero cuando llegó el sábado, que es el día separado por Dios para el descanso de los judíos, hizo un desfile militar.

26 A los judíos que salieron a ver el desfile, los mataron a filo de espada; después Apolonio y su ejército recorrieron las calles de la ciudad, matando a muchísima gente.

27 Fue entonces cuando Judas Macabeo reunió un grupo de diez hombres, y se retiró al desierto. Allí vivió como las bestias salvajes, en compañía de sus hombres. Comían solo verduras, pues no querían comer alimentos que estaban prohibidos por la religión judía.

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Los judíos son perseguidos

1 Poco tiempo después, el rey Antíoco envió a Jerusalén a un jefe de la ciudad de Atenas. Sus órdenes eran obligar a los judíos a dejar por completo las costumbres de sus antepasados y las leyes de Dios.

2 Ese jefe debía convertir el templo de Jerusalén en un lugar dedicado al dios Zeus Olímpico, y donde se practicaran actos que ofendieran al Dios de Israel. También debía dedicar el templo del monte Guerizim al dios Zeus Hospitalario, pues la gente de allí lo quería adorar.

3 Tanta maldad afectó mucho al pueblo judío, y esto llegó a ser insoportable.

4 El templo se convirtió en un lugar donde los que no creían en Dios hacían fiestas, comían y bebían hasta emborracharse, y hasta tenían relaciones sexuales con prostitutas. También metieron en el templo utensilios que estaban prohibidos por la ley de Dios.

5 El altar se mantenía lleno de animales que Dios no aceptaba como ofrenda.

6 Ya no se podía celebrar la fiesta del sábado, ni las fiestas religiosas judías. Y si alguien decía que era judío, ponía en peligro su vida.

7 Además, para celebrar el nacimiento del rey, cada mes la gente estaba obligada a comer de los animales que se sacrificaban en el altar. Y en la fiesta del dios Baco, la gente era obligada a participar en la procesión, llevando una corona de flores sobre la cabeza.

8 Los judíos que vivían en las ciudades griegas vecinas estaban obligados a comer la carne de los animales que se ofrecían en los sacrificios de los dioses griegos. Esa ley fue impuesta a petición de los habitantes de Tolemaida.

9 El que no aceptaba las costumbres griegas era condenado a morir. Todo esto fue solo el comienzo de la desgracia que vendría después.

10 Así, por ejemplo, dos mujeres fueron acusadas decircuncidara sus hijos. Como castigo, les ataron sus hijos al pecho y las arrastraron por toda la ciudad. Después las arrojaron desde lo alto de la muralla.

11 Otros fueron acusados ante el oficial Filipo de haberse reunido en unas cuevas cercanas, para celebrar a escondidas el sábado. Todos ellos fueron quemados, y por respeto al día sábado ninguno se defendió.

Consejos del autor del libro

12 A los que lean este libro, les aconsejo que no se asusten al enterarse de tanta crueldad. Piensen que todo esto sucedió, no para destruir a nuestro pueblo, sino para corregirlo.

13 En realidad, todo esto demuestra que Dios es bueno, y no permite que los pecadores cometan maldades por mucho tiempo, sino que actúa rápidamente y los castiga.

14 Hay que tener en cuenta que Dios no nos trata como a las otras naciones. Para castigar a esas naciones, Dios espera pacientemente que hayan cometido muchos, pero muchos pecados.

15 En cambio, a nosotros nos castiga en cuanto pecamos.

16 Así Dios nos muestra su misericordia, pues él nunca nos abandona, ni siquiera cuando nos castiga con alguna desgracia.

17 Bueno, como ya les hice esta aclaración, podemos ahora continuar con nuestra historia.

Muerte de Eleazar

18 Al anciano Eleazar, que era una persona de aspecto distinguido y uno de los más importantes maestros de la ley, le abrieron la boca a la fuerza para obligarlo a comer carne de cerdo. Esa carne estaba prohibida por la ley de Dios.

19-20 Pero él prefirió morir con honor, en vez de seguir viviendo humillado. Después de escupir la carne, se dirigió decididamente al lugar donde lo iban a matar. Aunque sabía que perdería la vida, se comportó como deben hacerlo quienes tienen el valor de obedecer a Dios.

21 Los encargados de obligar a Eleazar a comer carne de cerdo, lo conocían desde hacía mucho tiempo. Por eso, lo llevaron aparte y le propusieron que mandara traer carne permitida por la ley, y que él mismo hubiera preparado. El plan era que comiera de esa carne para que todos pensaran que había obedecido la orden del rey.

22 De esa manera intentaban salvar a Eleazar, pues eran sus amigos desde hacía mucho tiempo.

23 Sin embargo, Eleazar actuó con madurez, de acuerdo con su edad. Respetó su ancianidad, y dio una vez más el buen ejemplo que había dado toda su vida. Pero sobre todo, obedeció la santa ley de Dios. Por eso les dijo:

«¡Mátenme de una vez!

24 Estaría muy mal que a mi edad cometiera ese engaño. No quiero que los jóvenes vean que a los noventa años de edad cambié de religión.

25 No quiero que mi pueblo caiga en el error por mis engaños y por mi interés de vivir unos pocos años más. Si hago lo que ustedes me dicen, viviría lleno de vergüenza y humillación los pocos años que me quedan de vida.

26 Y aunque ahora me salvara del castigo humano, ni vivo ni muerto escaparía del castigo del Dios todopoderoso.

27 Por respeto a mis canas, prefiero morir como un valiente.

28 Así les dejaré a los jóvenes un ejemplo digno de imitar. ¡Muero valientemente por nuestras santas y valiosas leyes!»

Apenas terminó de hablar, Eleazar caminó hacia el lugar donde lo iban a matar.

29 Los que lo llevaban pensaron que el anciano se había vuelto loco, y en vez de ser amables con él lo trataron con dureza.

30 Cuando Eleazar estaba a punto de morir por los golpes recibidos, dijo entre gemidos de dolor:

«Dios conoce bien todas las cosas. Él sabe que pude escapar de la muerte, pero que preferí sufrir el dolor de los golpes recibidos. También sabe que por amor a él muero con gusto».

31 Así murió Eleazar, dejando a los jóvenes y a toda la nación el recuerdo ejemplar de su noble vida, tan valiente y generosa.

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La muerte de una familia

1 Sucedió también que el rey Antíoco mandó tomar presos a una mujer y a sus siete hijos. Luego mandó que los azotaran para obligarlos a comer carne de cerdo, lo cual está prohibido por la ley de los judíos.

2 Uno de los hermanos, hablando en nombre de todos, dijo: «¿Qué es lo que quieren de nosotros? ¡Antes que desobedecer la ley que Dios les dio a nuestros antepasados, preferimos morir!»

3 Esto hizo enojar tanto al rey, que mandó poner en el fuego unas enormes ollas.

4 Cuando las ollas estuvieron bien calientes, el rey ordenó que le cortaran la lengua al que había hablado. También ordenó que delante de su madre y sus hermanos le arrancaran el cabello y le cortaran los pies y las manos.

5 Cuando el muchacho quedó completamente mutilado, el rey ordenó que lo acercaran al fuego y lo arrojaran vivo en una de las ollas. Y mientras por todos lados se esparcía el olor de la carne quemada, los demás hermanos y su madre se animaban unos a otros a morir con valor. Se decían:

6 «El Dios todopoderoso nos está mirando y seguramente tendrá piedad de nosotros. Así lo afirmó Moisés en su cántico, cuando reprendió al pueblo de Israel por su desobediencia: “Dios tendrá piedad de sus servidores”.»

7 Así murió el primero. Luego llevaron al segundo al lugar de castigo, le arrancaron el cabello, y le preguntaron: «¿Vas a comer carne de cerdo, o te empezamos a cortar en pedazos?»

8 Y como él respondió en su idioma materno: «¡No comeré!», le hicieron lo mismo que al primero.

9 Cuando estaba a punto de morir, le dijo al rey: «¡Asesino! Podrás quitarnos la vida, pero Dios, el Rey de este mundo, nos resucitará y nos dará la vida eterna. Dios hará esto por nosotros, pues morimos por obedecer sus leyes».

10 Luego, empezaron a torturar al tercero. Cuando le ordenaron que sacara la lengua, lo hizo de inmediato. Valientemente extendió los brazos

11 y dijo: «Dios me dio esta lengua y estos brazos, pero por amor a sus leyes estoy dispuesto a perderlos. Estoy seguro de que un día Dios me los devolverá».

12 Y al ver cómo el joven soportaba las torturas, el rey y sus acompañantes quedaron muy sorprendidos.

13 Cuando este joven murió, empezaron a torturar al cuarto.

14 Y cuando ya estaba a punto de morir, le dijo al rey: «¿Qué importa morir a manos de los hombres, cuando uno tiene la esperanza de que Dios lo resucitará? Para ti, en cambio, no habrá resurrección».

15 De inmediato empezaron a torturar al quinto.

16 Y él, mirando fijamente al rey, le dijo: «Aunque tienes el poder para hacer con la gente lo que quieres, no te olvides que eres un simple mortal. No creas que Dios nos ha abandonado.

17 Dentro de poco tiempo vas a conocer el poder de Dios, pues él te va a torturar a ti y a tus descendientes».

18 Después trajeron al sexto. Cuando estaba a punto de morir, le dijo al rey: «No te engañes. Es cierto que hemos sufrido mucho, pero estas desgracias nos han sucedido porque ofendimos a nuestro Dios.

19 Pero como tú te has atrevido a luchar contra él, no creas que te librarás del castigo».

20 Sin duda alguna, la madre de estos muchachos es la que más merece ser recordada y admirada. Aunque en un solo día vio morir a sus siete hijos, todo lo soportó con mucho valor y buen ánimo, gracias a su esperanza en Dios.

21 Con el sentimiento de una madre, pero con el valor de un guerrero, ella animaba a cada uno de sus hijos, diciéndoles en su propio idioma:

22 «No me puedo explicar cómo crecieron ustedes en mi vientre. No fui yo la que les dio la vida, ni la que formó sus cuerpos.

23 El creador del mundo hace todas las cosas, y es él quien le da forma al ser humano. Si cada uno de ustedes, por amor a sus leyes, entrega su vida, pueden estar seguros de que Dios tendrá piedad de ustedes y les devolverá la vida».

24 Al oírla, Antíoco pensó que ella lo estaba insultando y burlándose de él. Y como todavía quedaba con vida el hijo menor, el rey trató de convencerlo para que abandonara las leyes de sus antepasados. Le dijo que haría de él un hombre rico y feliz, y le prometió tenerlo entre sus amigos y darle un cargo importante en su reino.

25 Pero como el muchacho no le hizo caso, el rey pidió a la madre que aconsejara a su hijo para que no tuviera que morir.

26 El rey insistió tanto, que al fin ella aceptó hablar con su hijo.

27 Burlándose del perverso rey, se inclinó hacia su joven hijo y en su propio idioma le dijo: «Hijo mío, ten compasión de mí. Yo te tuve nueve meses en mi vientre, te di el pecho por tres años y te he criado hasta ahora.

28 Te ruego que observes el cielo y la tierra, y pienses en todo lo que hay en ellos. Dios hizo todo esto de la nada, y de la misma manera hizo la raza humana.

29 No le tengas miedo a este verdugo; sigue el ejemplo de tus hermanos y acepta la muerte. Si lo haces, por la bondad de Dios, te recuperaré junto con ellos».

30 La madre aún estaba hablando, cuando el muchacho dijo: «¿Qué esperan? ¡No voy a hacer lo que el rey quiere! Yo solo obedezco la ley que Dios dio a nuestros antepasados por medio de Moisés.

31 Y tú, rey Antíoco, has inventado muchas formas de atormentar a los judíos, pero no creas que escaparás del castigo de Dios.

32 Nosotros estamos sufriendo todo esto a causa de nuestros pecados.

33 Pero nuestro Dios, que vive por siempre, se ha enojado con nosotros por poco tiempo. Si ahora nos castiga para corregirnos, luego volverá a reconciliarse con nosotros.

34-35 Y tú, que eres el criminal más grande del mundo, deja a un lado tu orgullo; ¡no pongas tu esperanza en lo que no vale nada! No levantes más tu mano contra los hijos del Dios todopoderoso, pues él todo lo ve y no escaparás de su castigo.

36 Es verdad que mis hermanos sufrieron aquí un breve tormento, pero ahora están disfrutando de la vida eterna que Dios ha prometido. Tú, en cambio, te crees superior a todos, pero recibirás el castigo que te mereces.

37 Yo, al igual que mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida por obedecer las leyes de nuestros antepasados. Pido a Dios que pronto tenga misericordia de su pueblo. Pero también le pido que a ti te castigue con muchos tormentos y desgracias, hasta que reconozcas que nuestro Dios es el único Dios.

38 Nuestro sufrimiento es justo, pero le suplico al Dios todopoderoso que mis hermanos y yo seamos los últimos en ser castigados por él. ¡Que su enojo se detenga de una vez por todas!»

39 Ante estas burlas, el rey se enojó tanto que torturó a este muchacho más que a los otros.

40 Y también este joven murió, sin haber cometido ninguna falta contra la ley, y con toda su confianza puesta en Dios.

41 Después de haber matado a los siete muchachos, mataron también a la madre.

42 Así terminamos nuestra historia acerca de la adoración a dioses falsos, y de las espantosas crueldades que se cometieron contra los judíos. Este relato es suficiente para que los lectores se enteren de todo lo sucedido.

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Desobediencia de Judas Macabeo

1 Judas Macabeo y sus compañeros recorrían en secreto los pueblos. Invitaban a sus familiares, y a todos aquellos que habían permanecido fieles a la religión judía, a que se unieran a él. Fue así como llegaron a formar un ejército de unos seis mil hombres.

2 Como el pueblo de Dios estaba siendo muy maltratado, Judas y su gente le pidieron a Dios que los ayudara. Le pidieron que tuviera piedad de su templo, pues los que no creían en Dios habían adorado allí a dioses falsos.

3-4 También, le suplicaron que tuviera compasión de Jerusalén, porque estaba en ruinas, y se encontraba en peligro de que los enemigos la destruyeran por completo. Le pidieron a Dios que castigara a esos malvados por la muerte injusta de tantos judíos y tantos niños inocentes, y que descargara su enojo y les diera su merecido a los que lo habían ofendido.

5 Dios los escuchó, calmó su enojo y los ayudó. Por eso Judas Macabeo, al frente de su ejército, empezó a derrotar a sus enemigos, y nadie podía vencerlo.

6-7 Judas atacaba por sorpresa a pueblos y a ciudades, y los incendiaba, sobre todo de noche. Elegía los lugares mejor ubicados, y hacía huir a sus enemigos. Así llegó a ser muy famoso, y en todas partes se hablaba bien de él.

Tolomeo ordena invadir Judea

8 Filipo, el oficial que el rey Antíoco había dejado en Jerusalén, vio que el poder de Judas Macabeo crecía, y que cada vez eran más sus victorias militares. Por eso le escribió a Tolomeo, general de los ejércitos de Celesiria y Fenicia, para que se pusiera a su servicio y lo ayudara.

9 Tolomeo envió de inmediato a Nicanor, con un ejército de veinte mil soldados tomados de todas las naciones. Nicanor era hijo de Patroclo, y era uno de los principales amigos del rey. Con él envió también a Gorgias, que era uno de los militares con más experiencia en asuntos de guerra. La misión de Nicanor era destruir al pueblo judío.

10 Nicanor pensaba tomar como prisioneros a muchos judíos, y luego venderlos como esclavos. Así pensaba pagar los sesenta y seis mil kilos de plata que el rey Antíoco les debía a los romanos.

11 Tan seguro estaba de su plan, que mandó invitaciones a todas las ciudades de la costa, para que fueran a comprar esclavos judíos. Les prometía venderles tres esclavos por un kilo de plata, sin pensar que el Dios todopoderoso lo iba a castigar.

12 Cuando Judas Macabeo supo que las tropas de Nicanor estaban cerca, se lo comunicó a su ejército.

13 Los cobardes y los que no confiaban en la justicia de Dios, huyeron y fueron a esconderse.

14 Pero los demás vendieron lo que les quedaba, y rogaron a Dios que los librara del malvado Nicanor, que ya los había vendido como esclavos aun antes de empezar la batalla.

15 En sus oraciones, los judíos le decían a Dios que, si ya no los amaba, los ayudara por respeto a la alianza que él había hecho con sus antepasados. También le pedían a Dios que no permitiera que su fama se viera manchada.

Judas vence a Nicanor

16 Judas Macabeo logró reunir y reorganizar a sus seis mil soldados, y los animó para que lucharan con valor ante sus malvados enemigos, que los estaban atacando injustamente.

17 Les recordó todas las barbaridades que ellos habían cometido contra el templo y la ciudad, y que les habían prohibido seguir las costumbres recibidas de sus antepasados.

18 Y les dijo: «Nuestros enemigos confían en su poder y en su habilidad para la guerra, pero nosotros confiamos en el Dios todopoderoso. Con tan solo mover una mano, nuestro Dios puede derrotar a todos los que vienen a atacarnos; ¡tiene poder hasta para destruir al mundo entero!»

19 Judas les recordó a sus soldados cómo Dios había protegido a sus antepasados. Les contó cómo en el tiempo de Senaquerib, rey de Asiria, Dios había matado a ciento ochenta y cinco mil hombres.

20 También les habló de lo que sucedió en Babilonia, en la batalla contra los gálatas. En esa ocasión, los judíos se unieron a los macedonios y formaron un ejército de doce mil soldados, para pelear contra sus enemigos. Los macedonios, que eran cuatro mil, estaban a punto de ser derrotados por sus enemigos. Pero los soldados judíos, que eran ocho mil, ayudaron a los macedonios y derrotaron a ciento veinte mil soldados enemigos y les robaron sus pertenencias. Eso fue posible porque Dios vino en ayuda de los judíos.

21 Con estas palabras, Judas los animó a que, de ser necesario, murieran por defender la ley de Dios y a su patria. Luego dividió su ejército en cuatro grupos

22 de mil quinientos soldados cada uno. Al frente de los grupos puso a sus hermanos Simón, José y Jonatán,

23 y Judas mismo se puso al frente del primer grupo. Luego pidió a Eleazar que leyera la Biblia. Después les dijo a sus soldados: «Cuando yo grite: “Dios es nuestra ayuda”, ataquen a Nicanor».

24 Y así, también en esta ocasión el Dios todopoderoso los ayudó, ya que pudieron matar a unos nueve mil enemigos y herir a muchos más. Al resto los hicieron huir.

25-26 Los persiguieron por un buen tiempo, pero como ya iba a empezar el sábado, dejaron de hacerlo. Ese día se quedaron con el dinero de los que habían ido a comprarlos como esclavos.

27 También se quedaron con las armas y con todas las cosas que tenían sus enemigos.

Luego, para celebrar el sábado, tuvieron un culto de alabanza a Dios, y le dieron gracias, porque ese día había tenido piedad de ellos y los había ayudado.

28 Cuando pasó el sábado, se repartieron todo lo que le habían quitado a sus enemigos. Una parte se la dieron a los judíos que habían sido maltratados, a las viudas y a los huérfanos. La otra parte la repartieron entre todos los que habían participado en la batalla, y entre sus hijos.

29 Después de esto, todos se reunieron para orar a Dios y pedirle que tuviera misericordia, pues ellos eran sus servidores y querían estar en paz con él.

Otras victorias militares

30 Judas y sus hombres también se enfrentaron al ejército del país de Amón, que era dirigido por el general Timoteo, y al ejército de Báquides, gobernador de la región oeste del río Éufrates. Mataron a más de veinte mil soldados y se quedaron con las ciudades amuralladas. En esa ocasión también repartieron el botín en dos partes: una para las viudas, los huérfanos, los ancianos y los que habían sido maltratados. La otra parte la repartieron entre todos los soldados.

31 Las armas de los enemigos vencidos quedaron guardadas en un lugar seguro, y lo demás se lo llevaron a Jerusalén.

32 También mataron al capitán del ejército de Timoteo, que era un hombre malvado y había hecho mucho daño a los judíos.

33 Cuando estaban en Jerusalén, celebrando su triunfo, quemaron vivos a los que habían incendiado las puertas del patio del templo. Luego sacaron a Calístenes, que se había escondido en una pequeña casa, y también lo quemaron. Así recibió el justo castigo por su falta de respeto al templo.

Nicanor reconoce la grandeza de Dios

34 Nicanor, ese terrible criminal enviado por el rey Tolomeo, que había llamado a mil comerciantes para venderles como esclavos a los judíos,

35 fue humillado por Dios. Aquellos que, según él, no valían nada, lo derrotaron y le quitaron sus finas vestiduras. Así tuvo que huir solo por los campos, hasta que llegó a Antioquía. Pero a él le fue mejor que a su ejército, que fue totalmente destruido.

36 El que planeaba pagar los impuestos a los romanos, y que vendía a los judíos como esclavos en Jerusalén, tuvo que reconocer que estos tenían un defensor que peleaba por ellos, y aceptar que eran invencibles porque obedecían las leyes de su Dios.

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Muerte de Antíoco Epífanes

1 En ese tiempo, el rey Antíoco se tuvo que retirar rápidamente de Persia.

2 Había llegado a la ciudad de Persépolis, pensando en quedarse con lo que había en el templo y en la ciudad. Pero la gente de la ciudad tomó las armas y lo atacó. Antíoco y sus acompañantes sufrieron una humillante derrota, y tuvieron que escapar.

3 Cuando Antíoco llegó a la ciudad de Ecbatana, le contaron lo que había pasado con Nicanor y le informaron de la derrota del ejército de Timoteo.

4 Esto lo enojó muchísimo, y como los persas lo habían humillado, decidió desquitarse con los judíos.

Antíoco ordenó al que conducía su carruaje que no parara hasta llegar a su destino. Se sentía tan seguro de sí mismo que decía: «¡Tan pronto llegue a Jerusalén, la voy a convertir en un cementerio de judíos!»

5 Pero apenas terminó de hablar, le dio un dolor de estómago tan fuerte, que no se le quitaba con nada. Y es que el Dios de Israel, que todo lo ve, lo castigó con una enfermedad incurable y desconocida.

6 Ese castigo era muy justo, pues él había torturado a muchos, y les había causado gran dolor.

7 A pesar de eso, Antíoco no dejó de sentirse superior a todos. Como aún se sentía muy fuerte, y estaba lleno de odio contra los judíos, ordenó que fueran más rápido. Entonces el carruaje cobró velocidad y se sacudió tan fuerte que Antíoco se cayó y sufrió un terrible accidente. Todo su cuerpo quedó muy maltratado.

8 Así este hombre orgulloso, que había pensado que podría darles órdenes a las olas del mar y pesar en una balanza las montañas más altas, ahora tenía que ser llevado en camilla. De esta manera, todos pudieron comprobar el inmenso poder de Dios.

9 Antíoco quedó en tal mal estado que se le pudrió el cuerpo y le salieron gusanos. La carne se le caía a pedazos y daba gritos de dolor. Tan mal estaba, que los soldados no soportaban el olor que salía de su cuerpo.

10 Olía tan mal que ningún soldado quería cargar su camilla. ¡Que terrible situación para aquel que creyó tener el cielo en su mano!

11 Pero como sus dolores aumentaban, Antíoco empezó a cambiar su actitud orgullosa, y a reconocer que todo se debía a un castigo de Dios.

12 Cuando ni Antíoco mismo soportaba el mal olor de su cuerpo, aceptó que era un ser humano igual a todos. Ya no podía pretender que era igual a Dios, y reconoció que era mejor obedecerlo.

13 En aquel momento, ese asesino empezó a rogar a Dios que lo ayudara. Pero ya Dios no iba a tener compasión de él.

14 Antes iba a toda prisa, a convertir la ciudad de Jerusalén en un cementerio; pero ahora le prometía a Dios en sus oraciones que la dejaría en libertad.

15 Poco antes había declarado que los judíos no merecían ser sepultados, sino que debían ser arrojados, junto con sus hijos, para que se los comieran los buitres o las fieras. Ahora, en cambio, prometía darles los mismos derechos que tenían los ciudadanos de Atenas.

16 El que antes había ofendido a Dios en su templo, y robado sus utensilios, ahora prometía que lo iba a adornar con lo más bello. También se comprometía a devolver los utensilios que se había robado, y a regalarle muchos más. Estaba dispuesto a pagar, con su propio dinero, todo lo que se necesitara para el culto a Dios.

17 Por último, prometió que se haría judío, y que recorrería todo el mundo hablando del poder de Dios.

18 Los dolores de Antíoco eran insoportables, pues Dios lo estaba castigando justamente. Y en su desesperación, les escribió a los judíos la siguiente carta de súplica:

19 «Yo, el rey Antíoco, jefe del ejército, saludo a los honrados ciudadanos judíos y les deseo salud, prosperidad y bienestar.

20 Es mi oración que ustedes, junto con sus hijos, se encuentren bien y que se les cumplan todos sus deseos. Confío en que así será, y le doy gracias al Dios del cielo.

21 »Siempre recuerdo con gratitud el respeto y afecto que ustedes me tienen. Cuando regresaba de Persia me enfermé gravemente. Por eso, ahora quiero hacer lo que sea necesario para que todos ustedes vivan muy bien.

22 No es que yo esté desesperado por mi situación; la verdad es que confío en que pronto sanaré de esta enfermedad.

23 Sin embargo, quiero seguir el ejemplo de mi padre, que cuando se iba a una batalla al este del río Éufrates, nombraba a alguien para que ocupara su lugar.

24 Por eso, si sucedía algo inesperado, o corrían rumores de que algo malo había pasado, la gente de su reino se mantenía tranquila, pues ya sabían que alguien había quedado al frente del gobierno.

25 »Además, sé que los reyes y príncipes de los países vecinos están a la espera de que algo malo nos suceda, para aprovechar la ocasión. Así que he nombrado como rey en mi lugar, a mi hijo Antíoco Quinto. Él tiene experiencia, ya que muchas veces lo dejé al frente de ustedes, cuando yo recorría las regiones que están al este del río Éufrates. A él le mandé la carta que aparece más adelante.

26 »Por todo esto, y teniendo en cuenta el buen trato que les he dado a todos y cada uno de ustedes, les suplico que traten a mi hijo con la misma bondad con que me trataron a mí.

27 No tengo duda de que mi hijo seguirá mi ejemplo, y les respetará sus derechos y los tratará con bondad».

28 Así terminó sus días el asesino que insultaba a Dios. Murió en la región montañosa de un país que no era el suyo. El que había hecho sufrir tanto a los demás murió en medio de grandes sufrimientos.

29 A Filipo, que era su mejor amigo, le tocó enterrarlo. Pero como Filipo no confiaba en el hijo de Antíoco, se fue a Egipto, donde reinaba Tolomeo Filométor.

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Judas Macabeo purifica el templo

1 Con la ayuda de Dios, Judas Macabeo y su gente volvieron a conquistar la ciudad de Jerusalén y el templo.

2 Fueron a las plazas y a los santuarios, y destruyeron los altares que los extranjeros habían construido para adorar a sus dioses.

3 Purificaronel templo y construyeron un nuevo altar. Y como hacía dos años que no presentaban ofrendas a Dios, hicieron fuego frotando dos piedras. Con ese fuego encendieron la leña y quemaron las ofrendas que presentaron ante Dios. También quemaron incienso, encendieron las lámparas y colocaron en la mesa los panes dedicados a él.

4 Después se inclinaron hasta tocar el suelo con la frente, y le rogaron a Dios que no los volviera a castigar con tantas desgracias. También le pidieron que, si volvían a pecar, los corrigiera con bondad, pero que jamás los volviera a entregar a los extranjeros, pues estos eran crueles y no respetaban a Dios.

5 La purificación del templo se llevó a cabo el día veinticinco del mes de Quislev, es decir, en la misma fecha en que los extranjeros malvados le habían faltado el respeto al templo adorando a otros dioses.

6-8 Hacía poco tiempo que habían celebrado la fiesta de lasenramadasescondidos en las montañas y en las cuevas, como si fueran animales salvajes. Por eso, para celebrar la purificación del templo, durante ocho días hicieron una fiesta muy parecida, en la que todos llevaban en las manos hojas de palmera y ramas verdes adornadas con limones. Era tanta su alegría que cantaban himnos a Dios, por haberles permitido llevar a cabo la purificación del templo, y todo el pueblo judío estuvo de acuerdo en celebrar esta fiesta cada año.

Tolomeo Macrón

9 Ya les habíamos contado cómo murió el rey Antíoco, conocido como Epífanes.

10 Ahora les vamos a contar lo que le sucedió a Antíoco Eupátor, hijo de ese rey malvado. También haremos un resumen de las desgracias causadas por las guerras.

11 Cuando Eupátor se convirtió en el nuevo rey, puso como jefe de gobierno a Lisias, que era jefe del ejército y también gobernador de las regiones de Celesiria y Fenicia.

12 El anterior jefe de gobierno fue Tolomeo Macrón, que había sido el primero en tratar con justicia a los judíos durante su gobierno. Como se llevaba bien con ellos, quiso reparar los daños que les habían causado.

13 Y como esto no les gustó a los oficiales del reino lo acusaron de traidor ante el rey Antíoco Eupátor. Decían que tiempo antes Filométor, rey de Egipto, le había encargado el gobierno de la isla de Chipre, pero que Tolomeo había abandonado la isla y se había pasado al lado de Antíoco Epífanes.

A causa de estas sospechas, Tolomeo Macrón vio que no podría desempeñar bien su cargo, y por eso se quitó la vida tomando veneno.

Judas Macabeo vence a los Idumeos

14 Cuando Gorgias se convirtió en el jefe del ejército de la región de Idumea, contrató soldados extranjeros y formó un ejército. Cada vez que podía, atacaba a los judíos.

15 También los habitantes de la región, que se habían quedado con importantes fortalezas, les causaban problemas a los judíos. Además, para que continuara la guerra, los de Idumea daban refugio a los delincuentes que huían de Jerusalén.

16 La gente de Judas Macabeo le pidió a Dios ayuda para conquistar las fortalezas de la región de Idumea.

17 Entonces atacaron esas fortalezas y las conquistaron. Vencieron a los que defendían las murallas, y mataron a todos los que caían en sus manos. Ese día mataron a más de veinte mil enemigos.

18 Pero unos nueve mil hombres lograron esconderse en dos torres muy bien protegidas. Allí tenían todo lo necesario para resistir un ataque por mucho tiempo.

19 Judas Macabeo se fue a donde era más urgente su presencia, pero dejó suficientes soldados para atacar las torres. Nombró como encargados del ataque a su hermano Simón, y a dos soldados más: José y Zaqueo.

20 Pero los soldados de Simón, por ganarse un dinero, se dejaron comprar por la suma de setenta mil monedas y dejaron escapar a algunos de los que estaban en las torres.

21 Al enterarse de esto, Judas Macabeo reunió a los jefes del ejército y acusó de traidores a los que dejaron escapar a los enemigos.

22 Por su traición, los culpables fueron condenados a muerte.

Luego el ejército de Judas conquistó las dos torres,

23 y allí mató a más de veinte mil enemigos, terminando con éxito su campaña.

Judas Macabeo vence a Timoteo

24 Timoteo, general del ejército del país de Amón, volvió a formar un ejército. Contrató a muchos soldados extranjeros y compró muchos caballos en Asia. Con este ejército marchó contra Judea, pues planeaba quedarse con esa región por la fuerza. A este Timoteo los judíos lo habían derrotado antes.

25 Cuando Judas Macabeo y su ejército supieron que Timoteo se acercaba, oraron a Dios, se vistieron con ropa áspera y se echaron ceniza en la cabeza.

26 Se arrodillaron delante del altar y le rogaron a Dios que a ellos los tratara con bondad, mientras que a sus enemigos los tratara mal. Le pidieron con fuerza que se pusiera en contra de los enemigos de su pueblo, tal como dice la ley.

27 Apenas acabaron de orar, tomaron sus armas y se alejaron de la ciudad. Cuando estuvieron frente al enemigo, se detuvieron.

28 Al salir el sol dio comienzo la batalla. Los judíos, a pesar de su valor, confiaban en que Dios les permitiría ganar aquella batalla. El enemigo, en cambio, peleaba guiado por su odio.

29 En lo más duro de la batalla, los enemigos vieron que cinco jinetes brillantes, montados sobre caballos con frenos de oro, aparecían en el cielo y se ponían al frente del ejército judío.

30 Luego vieron cómo estos jinetes se colocaban alrededor de Judas Macabeo y lo protegían con sus armas. Nadie podía hacerle daño a Judas, pues los jinetes lanzaban flechas y rayos contra los enemigos. Como los enemigos no podían ver por causa del resplandor, se fueron cada uno por su lado, llenos de confusión y en completo desorden.

31 Aquel día murieron veinte mil quinientos soldados de infantería y seiscientos de caballería.

32 El general Timoteo fue a refugiarse en la fortaleza de Guézer, que estaba muy bien protegida y bajo el mando de su hermano Quereas.

33 Los soldados de Judas Macabeo, con mucho entusiasmo, tuvieron rodeada la fortaleza durante cuatro días.

34 Los que estaban dentro de ella estaban tan confiados, que hasta se atrevían a ofender y maldecir a Dios.

35 Al amanecer del quinto día, veinte jóvenes soldados del ejército de Judas, llenos de enojo por esos insultos, decidieron escalar la muralla. Era tanta su furia que mataron a cuantos les salían al paso.

36 Otros, aprovechando la distracción, escalaron la muralla por el otro lado, y quemaron las torres. Luego prendieron hogueras y quemaron vivos a los que habían insultado a Dios. Otros tiraron abajo los portones de la ciudad, para que entrara el resto del ejército y conquistara la ciudad.

37 Timoteo se había escondido en un pozo de agua, pero lo sacaron de allí y lo mataron, junto con su hermano Quereas y un soldado llamado Apolófanes.

38 Después de esta importante victoria, los judíos cantaron himnos y alabanzas a Dios, por haber actuado en favor de Israel.